Concepciones que es necesario cambiar
Por: Ana Helvia Quintero
Vino nuevo en odres nuevas: Reflexiones sobre nuestras ideas educativas
8 de agosto de 2002
Las transformaciones sociales, económicas y culturales de las últimas décadas nos obligan a replantearnos nuestras conce-pciones sobre los procesos educativos, tanto a nivel pre-universitario como universitario. Esta necesidad no es, dicho sea de paso, particular a nuestro país. En Estados Unidos, tanto como en Latinoamérica y Europa, se identifican necesidades similares a las nuestras. Así el español Díez Hochleitner plantea que ante las nuevas realidades sociales y económicas es necesario:
“una inmensa tarea educativa, social y personal ante el siglo XXI para formular y asumir nuevos conceptos de desarrollo y progreso-a la vez éticos, eficaces, y viables—, sino también un gran esfuerzo político, empresarial y cultural, hasta lograr introducir en cada sociedad modelos de desarrollo económicos y social sostenibles, adaptados a cada situación. Además, se necesita una educación que contribuya eficazmente a la convivencia democrática, a la solidaridad y de cooperación... dada la creciente interdependencia existente entre los países. ”
Hay un consenso sobre la importancia de la educación para el desarrollo de una sociedad saludable en el nuevo siglo. Ahora bien, nos debemos preguntar, ¿es la educación que se necesita la que se está ofreciendo en nuestras instituciones educativas?
En el Recinto de Río Piedras, de la Universidad de Puerto Rico nos hemos detenido a repensar la educación que se ofrece a nivel de bachillerato, a reflexionar sobre las visiones que la guían, a cuestionar sus supuestos. Considero que el sistema pre- universitario, público como privado, requiere un rexamen similar. El mayor servicio que la universidad podría hacer a la educación pre- universitaria es promover una reflexión profunda sobre la visión de la educación que guía a nuestras escuelas y apoyar, a través de la investigación y la reflexión conjunta con maestros y otro personal del sistema educativo, el desarrollo de nuevas concepciones que permitan mejorar la práctica educativa.
Podríamos comenzar preguntándonos, ¿por qué a pesar del esfuerzo, a veces heroico, de maestros con gran compromiso, a pesar de la colaboración de las universidades con las escuelas a través de los proyectos financiados por millones de dólares federales, no vemos mejoras significativas? Al ver el esfuerzo de tantos educadores por mejorar nuestro sistema educativo recuerdo a los científicos de la época que precede a Copérnico que trabajaban incansablemente por explicar los movimientos de los astros a través del modelo geocéntrico (el que planteaba que la Tierra era el centro del universo). Partían de una concepción equivocada, y por más que trataban no podían explicar los movimientos de los astros. No es hasta que Copérnico presenta un nuevo modelo, el sol como centro del sistema solar, que se resuelven las preguntas que ocupaban a los científicos. Pienso que en la educación necesitamos un cambio similar. Necesitamos un nuevo modelo educativo que atienda las nuevas necesidades y realidades de nuestra sociedad; necesitamos “echar el vino nuevo en odres nuevas”.
Mi experiencia en el Departamento de Educación me convenció que un paso importante para poder lograr este nuevo modelo es reformular una serie de concepciones sobre la educación, muy generalizadas en nuestra sociedad. Este proceso toma tiempo. El día a día del Departamento, con sus múltiples tareas no promueve el involucrarse en proyectos que tomen tiempo. Considero, sin embargo, que si realmente interesamos mejorar nuestra educación es necesario promover una reflexión abarcadora y a fondo sobre nuestras concepciones educativas y, a través de la investigación en la acción desarrollar concepciones que estén más de acuerdo con las realidades de hoy . Concepciones que nos permitan, a la vez, desarrollar prácticas educativas “éticas, eficaces, y viables”.
En esta serie de artículos analizaré las concepciones que considero están limitando el desarrollo de un nuevo modelo educativo. A saber;
la noción del proceso educativo como un proceso predecible, que se presta para una total planificación de antemano. Así se piensa que se puede desarrollar un plan de acción definitivo y luego es cuestión de “implantar el plan” en la práctica;
muy unido a la noción anterior, está la noción del maestro como un técnico, al cual se le ofrecen unas “metodologías” para llevar los objetivos a la acción;
la noción de los contenidos actuales como sagrados; existen contenidos de la época antigua que aún hoy tienen relevancia, ahora bien, hay otros contenidos que requieren repensarse ante nuevas realidades. Por ejemplo, el currículo actual les da mucho énfasis a los cálculos aritméticos (sumar, restar, multiplicar y dividir). Con lo accesible de las calculadoras de mano es necesario que repensemos si se justifica invertir tanto tiempo en la enseñanza de esos algoritmos.
la concepción del aprendizaje como un proceso de transmisión de conocimiento, donde es esencial “cubrir” material y el esfuerzo trabajoso del estudiante: “la letra con sangre entra”. Se sospecha del aprendizaje lúdico y del placer de aprender.
la falta de “espiritualidad” en nuestra educación, pensando que ésta es asunto exclusivo de la religión.
A partir de experiencias prácticas, examinaré dichas concepciones y traeré a la discusión, visiones alternas que corresponden a un nuevo modelo escolar. Espero que esta serie de artículos propicie un diálogo abierto y ponderado que permita plantear, fuera de líneas partidistas y consideraciones de interés gremial, la educación que beneficiará a todos los puertorriqueños. Esta discusión tiene que trascender lo que el Monseñor Roberto González, en su homilía del pasado Jueves Santo ha descrito acertadamente: “La vida pública, política y familiar en Puerto Rico se ha convertido en un campo de batalla lleno de recriminaciones, venganzas y ambiciones que destruyen nuestra calidad de vida”. La primera tarea educativa que tenemos ante nosotros es poder dialogar en forma sincera y auténtica, movidos por el interés común, y no por nuestros intereses de gremio, o de partido político, sobre el modelo educativo que contribuya al desarrollo del intelecto y el entendimiento, al aprecio por la creación humana y apoyar “la convivencia democrática, la solidaridad y la cooperación” que tanto necesita este país.